
VENENOS Y ANTÍDOTOS...
TRIBULACIONES, LAMENTOS Y OCASO DE UN TONTO REY (y/o Reina) IMAGINARIO, O NO...(gracias Charly!...)
Cuentan que un famoso Rey “de un país del que no quiero acordarme...” daba a sus súbditos un misterioso brebaje consistente en un poderoso veneno para el cual disponía de un antídoto que les suministraba posterior y oportunamente.
Naturalmente, uno se pregunta: ¿por qué “tanto correr para llegar al mismo lado”?, o sea, ¿para qué tomarse el trabajo de envenenar el soberano si después se les daba un antídoto que neutralizaba el efecto del veneno?. ¿No nos enseña la ciencia a recorrer el camino más sencillo, esto es, simplificarse la vida y directamente no envenenar a nadie?... Seguramente, el lector que se hace esta interrogante no es argentino... En efecto, un argentino capta rápidamente de que se trata este “tanto correr”: ¡elemental, las personas que reciben el antídoto no son necesariamente todos los que tomaron el veneno!...
Por supuesto, el Rey en cuestión envenenaba a todo el mundo, pero después condicionaba bajo qué términos y a quiénes suministraba el antídoto: debían darle garantías que votarían por él, ya que esta monarquía del cuento era muy especial: allí se votaba al Rey y había Parlamento y todo, aunque éste era solamente decorativo, exactamente al revés de las monarquías verdaderas en donde el Rey es el que está de adorno y en cambio el Parlamento tiene funciones bien claras, entre ellas nada menos que la de gobernar nombrando al Primer Ministro...
¿En qué se parece esta fábula a la Argentina real en la que se imponen retenciones a todos para después darle “reintegros” a algunos y en la que quienes reciben los “reintegros” deben después devolver favores...?. Seguramente en nada, pero no está de más reflexionar que, si el Parlamento tuviera los poderes que le entregó al Presidente, la política impositiva la dictaría el Parlamento y no un funcionario cualquiera sin tomarse la molestia de consultar con nadie. El Parlamento discutiría la política impositiva y otras más, buscándose consenso entre las fuerzas políticas con lo que un paro como el agrario de 20 días sería bastante improbable.
Si existiera el Parlamento, se discutiría también una Ley de Coparticipación Federal, que además la exige la Constitución de 1994, y entonces las provincias que ahora tampoco existen, tendrían sus propios recursos en lugar de rogar por ellos a la presidencia y no tendrían que “tomar antídotos”, simplemente porque no habría “venenos”...
(JUVENTUD RADICAL SALTA CAPITAL - Por Eduardo Antonelli, economista)