domingo, mayo 28, 2006

La Unión Cívica Radical nació con la Revolución de 1890, conocida como “la Revolución del Parque”. Surgió como un movimiento heterogéneo cuya fuerza motriz era la juventud universitaria y profesional de Buenos Aires. Fue la expresión política de las clases medias y del proletariado inmigrante y nacional. El radicalismo levantó las banderas de las libertades públicas, del sufragio universal y el respeto irrestricto a la Constitución Nacional contra el fraude electoral practicado sistemáticamente por el régimen conservador y corrupto de fines del siglo XIX.
Liderado por Leandro N. Alem, el movimiento revolucionario adoptó rápidamente una organización de partido político. El máximo órgano partidario fue la Convención Nacional integrado con delegados por la Capital Federal y las provincias, en igual número que los diputados y senadores nacionales. El órgano ejecutivo fue el Comité Nacional, constituido por cuatro representantes por distrito. Designaba de su seno al presidente y vicepresidente del partido.
Desaparecido Alem, su sobrino Hipólito Yrigoyen, asumió el liderazgo del partido, afirmando una línea de intransigencia hacia el régimen conservador liberal y su política de pactos y alianzas de “notables”. Aprovechó las fisuras del sistema político para unir al radicalismo e imponerlo como fuerza mayoritaria.
En principio, Yrigoyen consideraba que dada la falta de legitimidad del “régimen falaz y descreído” (como gustaba llamarlo), el único camino para derrotarlo era la fuerza. El radicalismo generó y apoyó, entonces, una serie de revoluciones provinciales que fueron sofocadas por el gobierno, pero preocuparon por el apoyo popular que despertaron y por la adhesión de muchos oficiales jóvenes del Ejército. El gobierno conservador ofreció, entonces, integrar a este nuevo partido a la vida política argentina, pero la UCR, fiel a sus principios, rechazó esta concesión manteniendo así su “intransigencia”.
El radicalismo pretendía, con su lucha, incorporar en el sistema político nacional a las clases populares que representaba y para ello era necesario lograr una participación electoral libre y universal. En 1912 asume la presidencia el doctor Roque Sáenz Peña, y cumple con el compromiso dado de llevar a cabo la Reforma Electoral, permitiendo comicios honorables y garantidos. Esta reforma llevó al radicalismo al poder cuatro años mas tarde con Hipólito Yrigoyen como Presidente de la Nación, quién gobernó hasta 1.922.
En la década del 20, la UCR sufrió la primera división de su historia. El partido se polarizó entre yrigoyenistas, fieles a la autoridad del caudillo, y antipersonalistas, encabezados por el sucesor de Yrigoyen en la presidencia, Marcelo T. de Alvear. En 1928, Yrigoyen volvió a presentar su candidatura a la presidencia, imponiéndose sobre la fórmula antipersonalista Melo-Gallo. Pero, fue derrocado dos años más tarde por un golpe militar, el primero de una larga zaga de gobiernos inconstitucionales (golpes militares) durante gran parte del siglo XX.
El gobierno de facto del General José Félix Uriburu inició una década de entrega del patrimonio y los derechos nacionales. Conocida como la década infame, la reacción conservadora marginó al radicalismo de la política nacional a través del fraude sistemático.
Muerto Yrigoyen en 1933, la UCR se reunificó bajo la dirección de Alvear. El sector antipersonalista terminó pactando con el régimen y dio origen a la Concordancia. Por este acuerdo, un exradical alvearista, Roberto M. Ortiz, llegó a la presidencia en 1938.
Una fracción yrigoyenista se apartó de la UCR por considerar que el “concordancismo” era una claudicación ante el régimen y los intereses que este representaba. Este sector denominado Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA), liderado por Raúl Scalabrini Ortiz y Arturo Jaureche, entre otros, levantó las banderas de un nacionalismo industrialista y antibritánico. Sin retornar al viejo tronco radical los dirigentes forjistas ingresaron, posteriormente, al peronismo.
En los primeros años de la década de 1940, un dirigente cordobés llamado Amadeo Sabattini, definió una tendencia que pretendía adaptar al radicalismo a los cambios que había experimentado el país.
La Revolución de 1943, marcó el fin de la Concordancia y el comienzo de un nuevo movimiento nacional. Su inspirador fue un oficial del régimen militar gobernante, el Coronel Juan Domingo Perón, quién intentó captar al radicalismo a través de un acuerdo con Sabattini. Sus procedimientos no resultaron convincentes para la mayoría de la UCR, pero, provocó una nueva división en su seno. Por un lado, la línea unionista, de tendencia alvearista, con el apoyo del sabattinismo cordobés, terminó constituyendo una vasta coalición política integrada por radicales, socialistas, demócratas progresistas y comunistas, apoyando la fórmula radical Tamboríni-Mosca que mantenía una férrea oposición al Coronel Perón. Y otro sector, la UCR-Junta Renovadora, adhirió al movimiento peronista, siendo su principal dirigente el correntino Jazmín Hortencio Quijano, candidato a la Vicepresidencia de la Nación junto con Perón.
Durante la década del 50, surge en la UCR, una nueva corriente, especialmente interesada en los problemas del desarrollo, la dependencia económica y la modernización del país. Esta tendencia cuyas principales cabezas fueron Moisés Lebensohn y Arturo Frondizi, asumió una intransigencia política similar a la del sabattinismo, pero intentando colocarse a la izquierda del peronismo. En el Comité Nacional, al mismo tiempo, el joven dirigente bonaerense Ricardo Balbín, lideraba una línea intermedia entre el unionismo, representado por Ernesto Sanmartino y la nueva intransigencia de Frondizi.
En 1955, Perón fue derrocado por la Revolución Libertadora y el radicalismo otorgó su apoyo a este movimiento cívico militar, pero la división entre las líneas encabezadas por Balbín y Frondizi se profundizaron y terminó escindiendo al partido. Frondizi creó la Unión Cívica Radical Intransigente, apoyada por sectores medios industriales, surgidos de la preguerra durante la década peronista, y llegó a un acuerdo con Perón que le valió el triunfo electoral en 1.958, aunque fue derrocado por otro golpe militar en 1.962. El viejo tronco radical adoptó el nombre de Unión Cívica Radical del Pueblo para distinguirse del frondizismo. Dirigido por Balbín contaba con el apoyo de sabattinistas y unionistas y mantuvo una férrea oposición al gobierno de Frondizi hasta su caída.
En 1.963, habiendo sido proscrito el peronismo, la fórmula de la UCR del Pueblo, encabezada por el doctor Arturo Illia, gana las elecciones con un 24 % de los votos. El gobierno radical encontró serias dificultades por la enconada oposición de la CGT y, sin lograr un acuerdo perdurable con las demás fuerzas políticas, fue derrocado por un nuevo golpe militar en 1.966.
Durante el gobierno militar de la Revolución Libertadora (1.966-1.973), surgió en el radicalismo una nueva corriente, liderada por el doctor Raúl Alfonsín, denominada Movimiento de Renovación y Cambio. Esta corriente recibió, fundamentalmente, el apoyo de la Juventud Radical y de la Franja Morada universitaria y compitió con el balbinismo, por la conducción de la UCR en reiteradas ocasiones. Durante el convulsionado gobierno peronista del 73 al 76, la UCR trató, siempre, de acabar con las antinomias y arribar a acuerdos que condujeran al país a la democracia. La Hora del Pueblo, el Gran Acuerdo Nacional y los encuentros Perón-Balbín fueron expresiones de esa vocación. No obstante, el espíritu de colaboración con el tercer gobierno justicialista no logró evitar el deterioro y posterior derrocamiento del mismo, en marzo de 1.976, por un golpe militar que luego se transformaría en el más cruento de la historia argentina, el Proceso de Reorganización Nacional.
Frente a la veda política impuesta por el régimen militar, el radicalismo auspició, en 1981, la formación de la Multipartidaria. Un cuadro político formado por la UCR, el Partido Justicialista, el Movimiento de Integración y Desarrollo y el Partido Intransigente. Su cometido fue presionar al gobierno militar para que inicie el camino hacia la definitiva institucionalización del país. Finalmente y, ante un régimen debilitado por el desprestigio, la corrupción y el endeudamiento público, se convoca a elecciones generales en octubre de 1.983, donde se impone por amplio margen la fórmula radical que encabezaba el doctor Raúl Alfonsín en una dura lucha electoral con el peronismo. El objetivo principal de Alfonsín en el gobierno fue consolidar la democracia para pasar de una democracia formal a una real. Pero, los levantamientos militares, la presión del peronismo a través de continuas movilizaciones sindicales encabezadas por la CGT y la pesada carga de la deuda pública heredada provocaron un proceso hiperinflacionario que obligó a adelantar la entrega del gobierno, seis meses antes de la finalización del mandato, en julio de 1.989. Ese año gana las elecciones el peronismo integrado a un frente electoral y asume la presidencia el doctor Carlos Menem. Su gobierno logra la estabilidad monetaria pero inicia un proceso de privatización de empresas, la venta de capitales públicos a capitales extranjeros y logra una reforma constitucional que le permite volver a ganar las elecciones en 1.995. El radicalismo, se opone a la venta de capitales nacionales pero acompaña la reforma constitucional que se plasma en los acuerdos alcanzados entre Alfonsín y Menem en el Pacto de Olivos. A pesar de la estabilidad monetaria y la inversión privada en servicios públicos, la producción y la industria nacional no resistió el nuevo modelo económico. Creció el endeudamiento público y la corrupción estatal, provocando una fuerte recesión económica que mutiló la estructura laboral y productiva del pais.
Mientras tanto el radicalismo logró recuperar su fuerza electoral y se encolumnó detrás de la figura del doctor Fernando De La Rúa. El Comité Nacional inicia un proceso de alianzas con el Frente Grande y otros partidos nacionales y provinciales hasta conformar la Alianza para el Desarrollo, la Educación y el Trabajo. La fórmula encabezada por Fernando De La Rúa se impone, por más del 50 % de los votos, a un peronismo desarticulado, en las elecciones de 1.999.
El gobierno de De la Rúa se enfrentó a una fuerte recesión económica, a una creciente y enorme deuda con organismos de crédito internacional, con las fuerzas de la producción y del trabajo desvastadas y descreídas y una gran corrupción enquistada en el Estado y en el Gobierno. Al no poder encontrar rápidamente un rumbo que devolviera la tranquilidad a una sociedad cada vez más convulsionada, el Radicalismo y sus aliados políticos comenzaron a retirarle paulatinamente su apoyo al gobierno que se fue debilitando hasta caer en un escandaloso golpe cívico político el 20 de diciembre de 2001. Previamente, en agosto de ese año, y preanunciando el desastre, la UCR sufre la más impresionante derrota electoral de toda su historia, obteniendo menos del 3 % de los votos en las elecciones parlamentarias.
El peronismo asume el poder después de la renuncia de De La Rúa, en una confusa seguidilla de traspasos de mando hasta que, en las elecciones de mayo de 2002, asume la presidencia el justicialista Néstor Kirchner con el 22% de los votos de un electorado descreído y escéptico.
En la actualidad, el Radicalismo se debate tratando de sobreponerse a una fragmentación cada vez más creciente. Pero la falta de un liderazgo y un rumbo claro le impiden, hasta ahora, recuperar su espacio histórico dentro del contexto político nacional. La defensa de las libertades públicas, la democracia política, la ética en la función pública, la defensa de la República y la lucha por los desposeídos, son las fuentes a las que el radicalismo actual debe volver a abrevar para recuperar la energía que le dió vida por más de 100 años de lucha por el pueblo y por la República.
Podemos cerrar esta apretada síntesis de la vida histórica de la Unión Cívica Radical, citando a Joaquín Castellanos cuando, a pocos días de la Revolución de 1.890, desde las páginas del diario “El Argentino” decía:…”El malestar social, El desorden económico, los atentados que deprimen al país en el interior y los escándalos que lo avergüenzan ante el extranjero, han llegado a tal extremo que han conmovido a las masas, han tocado a los indiferentes y han llevado la alarma y el rubor hasta las propias filas de los cooperadores de esa obra impía. Los graves asuntos públicos que actualmente se debaten no son una cuestión de partido; son una cuestión de patria”.
( by rionegroradical - 2006 )